Entramos en la sala con las luces bajas. Marcelo Subiotto representa a un hombre sentado en un tronco cortado, el paisaje natural lo construye mientras aparta los mosquitos y juega con las ramas del suelo.
Cuando la sala se llena, se para en el centro del escenario y señala algo detrás del público. Hay pájaros que pasan trazando sus recorridos migratorios, escuchamos el sonido de sus alas ¿hacia dónde van? ¿siguen la misma ruta que está haciendo el protagonista? Vuelve a señalar, apunta hacia el mismo lugar y la señora que tengo sentada adelante se da vuelta y mira. Sigue la dirección del dedo de Subiotto como si con él dibujara pájaros en el techo del teatro. Un pacto de verosimilitud tan inocente el de la señora, pienso, por eso estoy acá.
Estamos acostumbrados a ver en el cine o en la literatura viajes interminables de pibes que no tienen ni el más mínimo interés en construir una vida tipo. Una cuestión heredada del hippismo de los ‘60 donde intentaban escapar de las formas de vivir impuestas por el capitalismo o también, manifestaban un rechazo hacia la vida perfecta que proponía la sociedad estadounidense de la década del ‘50. Un buen trabajo, una buena casa donde formar una buena familia. El claro ejemplo lo vemos en la novela On the road de Jack Kerouac. Sexo, drogas y rock and roll. Pero, ¿qué pasa cuando nuestro protagonista pasa los cincuenta años? No tenemos representaciones de viajes experimentales por fuera de la juventud. Experimentación, espontaneidad y juventud parecen ir de la mano pero ¿qué pasa cuando te separas a los cincuenta años y tenés que volver a construir tu vida desde cero? ¿Qué pasa cuando el viaje es parte de un duelo, cuando la única opción posible parece ser la de migrar? Un impulso, un instinto de supervivencia ¿qué es lo que mueve a nuestro protagonista a emprender este viaje?
En esta obra acompañamos a Aldo en su viaje por la ruta hacia Salta. Un monólogo donde durante cincuenta minutos accedemos a su diálogo interno. Una especie de fluir de conciencia donde formamos una cadena de pensamientos de lo que puede constituir a una persona. En un viaje en moto donde no podés escuchar música, el ruido del viento te obliga a ir hacia adentro, es un viaje introspectivo.
Como en cualquier hombre tipo de más de cincuenta años, las emociones se bordean pero nunca se nombran ¿entiende el protagonista su dolor? ¿podemos entenderlo nosotros?
Los momentos que componen la obra son mínimos, detalles y fragmentos de cosas que pasaron. Los ojos de Betti, sus manos pequeñas modelando la cerámica ¿son una ilusión? ¿fueron parte de la realidad?
Migrar. Irse. Dejar ir. Vender el auto y conseguir una moto y algunos pesos. Tallar pájaros en madera y exponerlos en frascos para vender. Averiguar cuál es el pájaro autóctono de cada lugar. Una estrategia de marketing, un artesano que mira el paisaje y construye el camino ensayando formas de transitar el presente. Los días pasan mientras nos dirigimos a ver a la virgen de Salta. Hay una promesa, un horizonte. La fe. Ser humanos es tener algo en qué creer, una excusa para seguir. Hay un momento de redención, una entrega hacia algo más grande.
La idea de viaje retoma la idea de proceso, de tránsito, de cambio de estado. A veces somos como animales que guiados por el instinto siguen adelante. Los pájaros es una obra que explora el mundo interno de un hombre, vemos a la emoción tomando su cauce en la palabra, manifestándose en pequeños pájaros encerrados en frascos, la violencia contenida, la rabia, la frustración y la belleza de la vida.
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FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA
Juan Ignacio Gonzalez, Ignacio Torres
Los Pájaros, FIEL Producciones